Desde nuestros inicios en la Web, la sección de Relatos ha sido nuestra biblioteca particular: Un lugar en el que mostrar los universos que vamos construyendo entorno a los juegos que nos gustan y nos motivan. Podréis acceder a la sección en el menú superior.
Comenzaremos publicando el primero de dichos relatos. Más adelante iremos completando con material nuevo y antiguo por igual. Esperamos que a los que os gusta este tipo de material disfrutéis tanto como nosotros escribiéndolo y jugándolo.
Nota a 20 de agosto de 2009: Actualizada la sección Relatos con la segunda parte de Los Hermanos Donelly y otros relatos antiguos.
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Los Hermanos Donnelly (I)
escrito por Zoe
El ventilador del techo de la pequeña habitación hacía un zumbido constante y penetrante al que, afortunadamente, terminabas acostumbrándote. El calor de las noches era insoportable en ciertas épocas, así que el más mínimo movimiento en el aire era muy de agradecer.
Tumbada boca arriba con la cabeza a los pies de la cama, Zoe observaba el giro hipnótico de las aspas mientras se resistía a mirar el reloj para no reconocer que en breve tendrían que irse. En su cabeza tarareaba una canción mientras seguía el ritmo con los pies que apoyaba en la pared del cabecero.
Sus piernas estaban bastante magulladas y tenía pequeñas cicatrices aquí y allá, pero eran largas y bien contorneadas, lo que la hacía esbelta a pesar de no ser demasiado alta. Era una mujer joven, acababa de cumplir los 30, pero había puesto tantas veces su vida en juego que podría celebrar su cumpleaños en muchas fechas diferentes.
Zoe formaba parte de una unidad de elite Ariadna. Junto a su compañero Zack, un enorme dogface, realizaban multitud de operaciones de infiltración, rescate, toma de posiciones, o cualquier otro tipo de misión que se les encargara. Eran conocidos por su alto nivel de éxito, pero también por la brutalidad, en ocasiones excesiva, de Zack. Los dos lucían el mismo tatuaje: “El miedo es nativo de La Tierra. Amanecer nos hizo libres de él.”
El ruido del agua de la ducha cesó y la puerta del baño se abrió seguida de la bruma típica del agua caliente.
–¿Ha vuelto ya tu hermano?
–Creo que sí –dijo Zoe mientras giraba sobre el costado y apoyaba el codo sobre la cama–. ¿Tantas ganas tienes de verle?
–Tantas como tendrá el de verme a mí. Pero antes o después tendremos que encontrarnos, será mejor no retrasar lo inevitable.
Ewan miraba a Zoe apoyado en el quicio de la puerta. El pelo mojado le chorreaba sobre el torso desnudo, resbalando hasta empapar la toalla que se ceñía a su cintura.
Era un hombre alto y corpulento. En sus sienes empezaban a aparecer algunas canas perdiéndose en un pelo castaño que caía en mechones hasta la mandíbula cuadrada propia de los hombres de su familia. Pero sus ojos eran rotundamente maternos, tan grises como el cielo escocés que describían las antiguas leyendas.
Sus manos estaban llenas de callos y cicatrices, y sus largos dedos hacían que parecieran aún más grandes.
Bajo la toalla, asomando sobre su cadera derecha podía verse una fina línea que parecía pintada en la piel. Era el final de una cicatriz que empezaba en la rodilla y que serpenteaba por todo el muslo. “Todos los hombres que cometen errores han de tener una para no olvidarlos”, fue la única y lapidaria frase que escuchó de boca de su padre tras despertar en el hospital donde había estado varias semanas en coma entre la vida y la muerte.
Al igual que su padre, el teniente Iván Petróvich, y que su abuelo antes que él, Ewan tenía a sus espaldas una impecable carrera militar que, a ojos de su padre, no era más que su deber.
–Le diré que no sea muy duro contigo, “pequeño”.
–Zoe…
–Lo siento, “pequeño”, pero prometí no llamarte así siempre y cuando estuviéramos a menos de cien metros de otro ser vivo, y ahora mismo estamos tú y yo solos.
–Estoy seguro, si alguien nos hubiera oído hace un rato habría dado la alarma.
Una media sonrisa apareció en el rostro de Ewan mientras observaba las largas piernas de Zoe. Estaba preciosa. Tenía la cabeza a poyada en la mano y lo miraba con esos profundos ojos marrones. El pelo liso y rojizo le caia sobre la frente y se recogía tras la oreja para terminar perdiéndose en su espalda.
Sólo llevaba puesta la camiseta interior de tirantes del equipo y la ropa interior. Podría estar horas mirándola, pero había perdido un poco la noción del tiempo que tanto le gustaba dominar e instintivamente miró el reloj de la mesita para recuperar el control.
–¿Tienes mucha prisa? –le dijo sugerente mientras se levantaba de la cama–, ¿crees que tengo tiempo de darme una ducha?
Zoe se apoyó sobre su pecho, le rozó ligeramente los labios con los suyos y tirando de la toalla dijo:
–Pero necesitaré esto –y entró al baño.
Ewan volvió a mirar el reloj y sacudiendo la cabeza entró al baño cerrando la puerta tras de sí.
2 comentarios:
Dentro de poquito os pndré la segunda parte.
Espero que os guste.
Zoe.
Gracias Zoe ^^
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