21 de noviembre de 2010
Campaña El Precio de la Libertad: Introducción. Parte II.
"Now they're planning the crime of the century
Well what will it be?
Read all about their schemes and adventuring
It's well worth a fee
So roll up and see
And they rape the universe
How they've gone from bad to worse
Who are these men of lust, greed, and glory?
Rip off the masks and let's see.
But that's no right - oh no, what's the story?
There's you and there's me
That can't be right "
Supertramp - Crime of the Century
"Croatoa era más que un arma biológica. Más que un virus. Era la herramienta definitiva para la empresa por la que la humanidad había luchado con más pasión y celo que por cualquier otra: su propia aniquilación.
Durante la guerra, el armamento biológico había sido el responsable del mayor número de bajas. Con el armamento nuclear desmantelado desde hacía décadas, las diferentes potencias encontraron en las plagas diseñadas un sustitutivo mucho más adecuado a sus intereses. Sus efectos eran lentos, terroríficos e indiscriminados; perfectos para acabar con sus enemigos y doblegar su moral. Los cuerpos abotargados de los muertos se amontonaban en hospitales, barracones y campamentos de refugiados por igual, mientras los ingenieros de uno y otro bando trabajaban continuamente para sintetizar antídotos y diseñar nuevos horrores que propagar entre sus enemigos.
Croatoa fue la consecuencia de una carrera tecnológica en pos de conseguir el arma perfecta, en una guerra de trincheras que se había estancado. Los ensayos preliminares habían tenido un éxito escalofriante, y el tiempo apremiaba. Los frentes se habían fragmentado, y en cada país una docena de guerras tenían lugar al mismo tiempo. Los proyectos de colonización estaban practicamente finalizados, y las naves eran objetivo prioritario. Muchos embarcaderos habían resultado destruidos a lo largo de la guerra, sumiendo a sus países en la desesperación de una derrota militar y existencial. Los que todavía poseían los medios para conquistar el futuro para sí sonreían, pero también vivían con el temor de sufrir un destino similar. En el caos de una guerra total, cualquier día podía ser el último para los que aún podían mirar al cielo con ambición.
Con el tiempo, la guerra también nos alcanzó a nosotros. Nuestra ventaja geográfica, que tantas veces nos había salvado en el pasado, no servía de nada contra supersoldados de habilidades casi sobrenaturales, ni contra las bacterias potenciadas en laboratorio que infectaban el aire que respirábamos y destruían nuestras fuentes de alimento. Al final, Estados Unidos estaba tan arrasada como el resto del mundo, y se desangraba con cientos de batallas a lo ancho y largo de su territorio. Poco a poco, los frentes se estrecharon más, estrangulando a nuestros líderes y a la población en torno al gigantesco embarcadero que habíamos construído cerca de la capital. Era el más grande del país, y, por lo que sabíamos, probablemente el único embarcadero intacto que quedaba en occidente. Pero bastaría para llevar a miles al paraíso, y todos lucharon con valentía para obtener un puesto en su tripulación.
En ese embarcadero habiamos levantado los centros de investigación más potentes del país, y allí los científicos crearon el virus Croatoa: un organismo diseñado para dañar cada célula de su huésped, sin resistencia antigénica, atacando directamente a su material genético. Dotado de la capacidad para propagarse por el aire y con un potencial de infección asombroso, podría acabar indiscriminadamente con la población de un país pequeño en cuestión de semanas. Se sintentizó una vacuna que pasó las pruebas básicas, y que se guardó para un caso de emergencia. No se distribuyó entre la población, dijeron, para asegurarse de que no caería en manos del enemigo.
La situación se volvió crítica cuando tuvo lugar la batalla más grande que nuestras tierras jamás hubieron presenciado, a las puertas de la ciudad de Washington, donde nuestros ejércitos y los de nuestros enémigos se enfrentaron con una furia y un fanatismo sin par, a la sombra de las grandes naves. Nosotros, desesperados por proteger nuestra única esperanza; ellos, ciegos por arrebatárnosla. La tierra se teñía de rojo, el suelo temblaba y los interminables campos de refugiados se estremecían de miedo. Mientras, en alguna lujosa sala a salvo de la masacre, un grupo de personas con nuestro destino en sus manos tomó una decisión. No les costó mucho. Apretaron un botón, y liberaron a Croatoa.
Al principio, no pasó nada. Luego, miles gritaron de agonía. Retorciéndose por las calles, convulsionando en el campo de batalla, deformados por los cientos de tumores que les devoraban por dentro. Soldados, civiles, hombres, mujeres y niños. Todos por igual. Salvo ellos, claro. Aquellos que eran importantes, aquellos con el poder para apretar botones y liberar el horror. Aquellos con el poder de comandar ejércitos desde la retaguardia, de sintetizar armas desde la seguridad de sus laboratorios. Ellos sonreían a salvo, inoculados con la única vacuna que existía.
Sin embargo, no salió como ellos planeaban. El virus era inestable. Los ensayos no habían durado lo bastante, y Croatoa mutó. En contacto con el ADN sintético extremadamente modificado de sus huéspedes, comenzó a producir unos efectos imprevistos, y sus víctimas empezaron a desarrollar nuevas y terribles mutaciones. La mayoría moría, convertidos en engendros informes, pero algunos no. Unos pocos se transformaron, cambiados en algo inhumano; monstruos enloquecidos que comenzaron a destruirlo todo a su paso. Seres que se arrastraban en la oscuridad sembrando el terror, con apariencias demoníacas semejantes a grotescas parodias de los individuos perfectos que fueron antes.
Pero no fue eso lo que los puso nerviosos. No a ellos, que caminaban muy por encima del mar de sangre que habían derramado. No a ellos, que se habían apropiado de todas las revoluciones, que habían hecho suyo todo cuánto jamás había existido, que habían escrito a costa de todos las páginas de la historia. Lo que los puso nerviosos, lo que realmente hizo que se estremecieran de pánico, fue que su antídoto ya no servía de nada. Ellos también tendrían que sufrir los males que habían reservado para los demás. Si existiera algo de justicia en el Universo, si alguna deidad bondadosa velara por nosotros, ellos habrían debido de morir como todos, retorciéndose de dolor en el fango entre el fuego y la ceniza, o siendo devorados por las monstruosidades mutadas que habían creado. Y sin embargo...
Primero llegó la luz cegadora a los campos de batalla.
El clamor de las armas quedó ahogado por un estruendo, y luego se hizo el silencio. La lucha terminó al instante.
Todos miraban las estelas de las naves que ascendían más allá del firmamento. Miles de ellas por todo el mundo."
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