"And freedom, oh freedom,
well, that's just some people talking.
Your prison is walking
through this world all alone"
The Eagles - Desperado
"Mientras las naves ascendían, alejándose para siempre, no hubo gritos, llantos ni maldiciones. Sólo el silencio atroz de cuantos quedaban vivos, contemplando el cielo con la mirada fija y vacía, incapaces de asimilar la magnitud de lo que estaba pasando. En tierra, nuestro pasado en llamas. En el cielo, nuestro futuro desvaneciéndose.
Esa imagen cambió algo dentro de nosotros para siempre, aunque no sabíamos qué era. Para muchos, todo terminó aquella noche. Otros no tuvimos más remedio que intentar sobrevivir en un mundo devastado y hostil. La guerra terminó al instante. Ya no tenía sentido luchar; los que quedamos en tierra no teníamos intereses mayores, ni pertenecíamos a países diferentes. Todos formábamos parte de un pueblo único y nuevo: el de los abandonados.
Era el caos. La guerra y las inmundicias químicas que usamos como armas acabaron con la mayor parte del alimento, así que pronto las hambrunas comenzaron a hacer estragos. Sin nada que comer y con armas de sobra, la violencia y el saqueo nos embrutecieron. Nos matábamos los unos a los otros por algo que echarnos a la boca, y los actos más abominables fueron cometidos en aquellos tiempos de desesperación. Cuando no nos dábamos caza nosotros mismos, se encargaban las numerosas bestias mutantes que rondaban a los supervivientes, o las enfermedades y plagas a las que volvimos a ser vulnerables.
Croatoa, además, no desapareció. El virus se adaptaba, y con cada nueva cepa el mundo cambiaba un poco más. Conforme el número de supervivientes disminuyó, adoptó formas menos letales y agudas, y comenzó a propagarse por todo ser vivo: plantas, animales, bacterias... Los efectos más obvios se manifestaban en los humanos, cuyo ADN modificado seguían dando lugar a mutaciones, aunque no tan descontroladas como en la fase inicial del brote. Los humanos sanos miraban a menudo a estos individuos con temor y repugnancia, y muchos de ellos fueron marginados y condenados a sobrevivir por sí mismos.
No pasó mucho tiempo hasta que nuevos individuos quisieron construir sobre los huesos y la ceniza un mundo nuevo acorde a sus propios ideales. Iluminados de distinta naturaleza con más armas o más carisma que el resto, que se rodearon de personas asustadas dispuestas a renunciar a mucho por algo que les alimentara y les protegiera de los horrores que acechaban en la oscuridad. Comenzó una nueva era, donde surgieron numerosos asentamientos, uno por cada tirano que conseguía congregar a su alrededor a suficientes seguidores por medio de promesas o de la fuerza. Nos volvieron a embaucar y, a cambio de nuestro fanatismo y nuestra sumisión, no obtuvimos otra cosa que más violencia, más miseria, y lo que era todavía más peligroso: el riesgo de volver a cometer los errores del pasado.
Entonces ocurrió algo que no pudieron prever, algo que volvió a frenar la rueda de la Historia. En alguna parte, una radio comenzó a sonar. Desde dónde emitía, nadie lo sabía entonces, como no lo sabemos ahora. Ni tampoco de quién era la voz que pronunció las palabras que lo empezarían todo:
Pagad el precio de la libertad.
El rumor se extendió como el fuego. En un mundo más oscuro y más aislado que nunca, sin comunicaciones, formado por comunidades cerradas y resentidas las unas con las otras, había algo que todos podían oir. Algo sobre lo que podían pensar por sí mismos, sin nadie que les dijera cómo hacerlo. Y entonces la radió empezó a emitir música. Quién elegía las canciones, de dónde venían, de quienes eran las voces que sonaban... Todo eso daba lo mismo. Esas canciones fueron la única cosa bella que todos podían compartir desde hacía mucho tiempo. La gente comenzó a fabricarse sus propias radios, y a reunirse en torno a ellas. Las guardaban como tesoros de valor incalculable, y sobrevivían cada día para el momento en el que una nueva canción que no habían escuchado brotaba de la estática. La radio fue dotada de un caracter reverecial, casi sagrado, y su música empezó a hacer mella en las mentes de la gente. Soñabámos despiertos con todo aquello sobre lo que cantaban las voces del pasado, e inevitablemente llegó el momento en el que miramos a nuestro alrededor, y decidimos que queriamos algo más.
Muchos tiranos trataron de luchar contra la influencia de la radio, en ocasiones con éxito. Pero la mayor parte de las ciudades-estado autocráticas quedaron heridas de muerte por las misteriosas consignas que se repetían en los rincones. Una a una, en silencio o en llamas, fueron cayendo los gobiernos tiránicos, pero no hubo un frente unido o una bandera alternativa. Ningún ejército marchó liberando las ciudades: cada comunidad libró su propia batalla y pagó el precio de la libertad. La humanidad volvió a sumirse en la anarquía, pero esta vez estaba prevenida contra la autoridad; demasiadas veces había sido traicionada. Con la ayuda de las misteriosas voces provenientes de la radio, surgió un nuevo sueño de libertad.
Ha llovido mucho desde entonces. Hemos intentado no olvidar ese sueño, pero aún queda mucho trabajo por hacer. Algunos luchamos por construir una sociedad mejor, pero el precio de la libertad debe pagarse cada día y hay quien extiende peligosas ideologías, viejas y nuevas. Las secuelas del virus Croatoa suponen amenazas evidentes, como las quimeras y el hambre; y también amenazas más sutiles, como el odio a los no humanos. Ahora sabemos que a lo máximo que podemos aspirar es a un poco de libertad, a costa de un sufrimiento y un esfuerzo constante, pero no podemos conformarnos con menos. Ya no.
No es fácil, y no lo será más en el futuro. Pero yo seguiré viajando, contando mi historia, hasta el fin de los tiempos si es necesario para que nadie olvide lo que he visto: la traición de las naves en el cielo, la muerte de la esperanza y el nacimiento de un mundo nuevo. Así que dile al sheriff que deje de enviar hombres: ni soy un predicador ni soy un loco. Lo que soy, amigo mío, es un testigo. ¿Alguna pregunta?"
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